viernes, 26 de septiembre de 2008

Las Ideas Puras

Entre los lectores están los que siempre quieren leer lo mismo (sea una novela histórica de un solo patrón, sea una obra invariablemente experimental) y los que de cada libro esperan una sorpresa, una renovación. El primer grupo lo tiene relativamente fácil, y el segundo, cual un depresivo maníaco, pasa de momentos hiperactivos, saltando de un libro al otro, a períodos de tedio sostenido durante los cuales no encuentra nada nuevo a su antojo. Empieza a leer, hojea, pero una vez comprendido el juego, la estrategia o la intención, abandona la lectura, incluso cuando se trata de una obra medianamente buena, de cierta enjundia y de un autor de renombre. Precisamente, lo que le interesa no es el juego (aunque esté bien construido y la temática sea interesante), sino una experiencia diferente y esencial, aquella que no se puede prever desde las primeras páginas. El primer grupo espera cumplir sus expectativas, el segundo sueña con superarlas y desea encontrar una inteligencia superior o, al menos, distinta a la suya.

El primer tipo de lector jamás va a llegar a las obras de Pablo d'Ors, y el segundo encuentra en sus libros una auténtica revelación. Porque desde la irrupción del apátrida Roberto Bolaño hace algunos años, no ha habido mayor novedad en la narrativa española, ni un planteamiento literario más original. No se imaginen ustedes ninguna meritoria pero fatigosa experimentación, ni mucho menos una literatura programáticamente ilegible. La prosa de Pablo d'Ors es ágil y divertida, emplea una estructura más bien lineal, tiene muchas historias que contar y sus personajes, a menudo escritores y pensadores conocidos, son tan extraños como fascinantes. Pero ¿qué es, entonces tan novedoso y diferente en este autor, además de que con treinta y siete años ha publicado sus dos primeras obras, de las cuales el volumen de cuentos "El estreno" se convirtió en un libro de referencia, y la novela Las ideas puras ha quedado finalista en el último Premio Herralde?

La radical novedad que aporta Pablo d'Ors está en la riqueza de sus ideas, en la originalidad de sus historias y en su diferente manera de mirar y, por tanto, narrar. ¿Tiene que ver esto con que sea el nieto de Eugenio d'Ors, el incómodo e ignorado Xènius; que se haya doctorado en Teología en Roma, cursado filosofía en Viena, literatura checa en Praga y vivido en Nueva York; que comparta el trabajo de profesor universitario con el de capellán en la Autónoma de Madrid; que haya escrito su tesis doctoral sobre la teología de la experiencia literaria?

Neurótico perdido es el protagonista de la novela "Las ideas puras", una de las obras más insólitas de la narrativa española jamás escrita, aun cuando temáticamente se puede emparentar, y ya lo ha hecho la crítica, con "Lolita "de Nabokov y "La bien plantada" de Eugenio d'Ors. Ciertamente, la obra narra la obsesión de un hombre maduro por una lolita. Pero con una variante muy singular. Dicho hombre es profesor de filosofía en una escuela secundaria; se trata de una persona que tenía excepcionales posibilidades profesionales en su juventud, pero renunció a su carrera, aunque no a la ambición intelectual. Vive escindido e impostado entre las personalidades de Platón (que es como le llaman sus alumnos) y de Wittgenstein (su filósofo preferido) y también a sus alumnos les da nombres de filósofos. Por lo demás, tiene casi cincuenta años, frente a los dieciseis de su bienamada y sus conocimientos carnales apenas superan a los de su lolita. Siempre ha vivido en y para el mundo de las ideas purísimas y, hélo aquí, con todas sus almas y cuerpos (como Platón, Wittgenstein y profesor de filosofía) está locamente enamorado de una lindísima mocosa.

La fórmula es parecida a la de los cuentos publicados anteriormente por el escritor, por tanto, tenemos una gran y loca historia de amor, una brillante parodia de actitudes intelectuales y una irónica relectura de la historia de las ideas. Toda esta mezcla da un libro extraño, excesivo, inteligente y apasionado. Una fantasía en que el autor no se molesta ni por un momento en dar apariencias de realismo. La acción se desarrolla en una Alemania inventada que no tiene mayor papel en la obra y en un instituto que sólo importa como referencia amorosa y filosófica (por el nombre de los alumnos). Se trata de una fábula que viene a ilustrar, desde una óptica posmoderna, la eterna lucha entre praxis y teoría, vida y obra, cuerpo y espíritu.

La desesperada contienda del neurótico y lucidísimo protagonista entre este conflicto y sus múltiples personalidades tiene tintes realmente cómicos. Supremo ejemplo ofrece la escena en que la caprichosa lolita le exige al maestro babeante despotricar contra sus amados filósofos y el buen hombre tiene que violar sus principios, negar su credo, hacer un esfuerzo descomunal para pronunciar estos insultos que, para horror suyo, le salen cada vez más fluidos y placenteros. La malicia que ya era característica de los relatos resulta aquí directamente festiva. Se percibe un auténtico goce en sacar lo grotesco de las situaciones ­en descubrir el Mal, sería tal vez más adecuado decir­ que recuerda a autores como Bruno Schulz o Virgilio Piñera.

Es posible que no sea siempre seguir la desbordada fantasía, la pirotécnica intelectual y la inagotable capacidad dialéctica del protagonista que, como un niño glotón, absorbe ideas e identidades, y se ríe de ellas como si de un chiste se tratara. El premio es un libroimpresionatemente rico en ideas y registros, que constituye una especie de tratado pornográfico de las ideas, una poética teología del deseo. Realmente una revelación.

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