Al otro lado de sus ropas había un hombre desnudo, quizá sincero y peludo, quizá ajado por las vicisitudes o simplemente hermoso, pero indefenso, sin más ventajas que las que tiene el David… o las que no tiene.
Los rubores comenzaron a poblar sus orejas que poco a poco amorataron sus dedos y sus deseos, y el brillo de la decisión en sus ojos fue suficiente para saber que aquella tarde lluviosa azotaría su viento contra mis cristales.
Y así lo hizo, en efecto. Y nos enamoramos, al menos, de aquellos rostros perdidos y de las suplicantes caricias de quien se busca, a sí mismo, en los labios del otro.
Y él me encontró en el surco de un deseo gemido entre jadeo y jadeo, bien pronunciado en el puro placer de quien se siente perdida y completamente sola en tan acompañado camino… y que por medio minuto, en sus brazos, dejó de sentirse inerte. Y puede que por eso él, a la deriva de su propia vida, se aferrase a ella y le ofreciese sus besos.
1 comentario:
Señorita Lunes, si no supiera cuándo escribió esas líneas, pensaría que me vió a mí reflejando mi angustia existencial en sus ojos y tomó mis deseos y mis frustraciones para darle forma en ese post...
Vous l´avais mis dans le mille.
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