


La señorita Lunes termina de echarme la bronca porque no he posteado nada desde mi habitación de hotel en Doha, Qatar, y tiene razón, pero el tiempo nos esclaviza demasiado, y me ha dejado poco lugar para el asueto. En fin, creo que ordenaré mis ideas una vez haya vuelto a casa, y trataré de reflejar la idiosincrasia de unas gentes que me han sorprendido por muchos motivos, y que han roto algunos (no todos) de los clichés que mi mente les había otorgado.
Los qataríes son gente de poco pasado con gran futuro, temerosos de que los occidentales se lo arrebaten, junto con sus costumbres, pero conscientes de que los necesitan para salir de la opulencia inculta en la que durante años ha vivido su país. Confiados para determinadas cosas, hospitalarios, inflexibles en aspectos para nosotros incomprensibles... se podría hacer un doctorado en sociología analizando la sociedad qatarí, en la que conviven mezclados, que no agitados, árabes, hindúes, filipinos, malayos, británicos, nepalíes... cada uno con sus aspiraciones trabajando por un fin común: obtener riqueza para Qatar, lo que redundará en la suya propia, de un modo u otro.
Así que para distraernos, y no hacer enfadar más a Miss Monday, voy a postear unas líneas de un relato que escribí hace 14 años, pero que de algún modo es muy querido por mí. Como tengo que pelearme por la maleta, voy a poner sólo la primera parte, que ya habrá tiempo de terminarlo.
CONFIA (I)
Una mancha en el suelo. Roja. Sangre Oscura. Gota a gota sigue deslizándose por entre los dedos de su puño cerrado. Aprieta. Con más fuerza. Cae más sangre. El dulce aroma de muerte impregna el ambiente, húmedo, llena el lóbrego cuarto. Junto a la mancha carmesí, un cuerpo. De mujer. Sin vida. La boca torcida en mueca patética y burlona. En eterno rictus. Ojos vidriosos observan a Miguel. Clavados en su cara, expresan sorpresa, incredulidad. Y el joven se extraña. ¡Cuánta intensidad llega a destilar las pupilas de un cadáver!
Nada se mueve. Ella no puede. El no quiere. El tiempo sigue su curso, inalterado, pero parece haber olvidado visitar este lugar. Pasan segundos. Y luego minutos. Horas. Todo igual. Un cuadro grotesco y macabro. Terrorífica escena sin movimiento. Y los ojos de Miguel, dos pozos de siniestra negrura.
De pronto, un ruido. Algo metálico choca contra el suelo frío. Un cuchillo de cocina. Todo cubierto de líquido escarlata. Líquido que corre por su filo para caer sobre las losas azules del cuarto, sumido en la oscuridad, envuelto en sombras. Y Miguel, erguido como cruel ángel vengador en este aciago día, retrocede unos pasos. Se golpea contra la pared. Cae lentamente. Sin reaccionar. Abrumado quizá por la dantesca visión que se despliega ante él. Los recuerdos se agolpan en su mente, aturdiéndole todavía más. Se olvida de esta habitación, de esta escena, de este instante. Marcha lejos, a otro lugar. En otro tiempo. Solos ella y él, como ahora. Pero sin muerte, sin dolor. Sólo infinita ternura.
- - ¿Por qué estás tan serio? ¿Te ocurre algo? Venga confía en mí. ¿Por qué no me lo cuentas?
(continuará... o no)
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